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MARXISMO RELOADED: "LA BIBLIA DEL PROLETARIADO" DE HORACIO TARCUS

Actualizado: 21 ago 2019

Adrián Gerardo Rodríguez Sánchez

Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Atzcapotzalco


TARCUS, Horacio, La biblia del proletariado. Traductores y editores de El Capital en el mundo hispanohablante. Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores Argentina, 2018.


Como buen ejemplo de una institución pública mexicana alineada a la política neoliberal iniciada en los lustros anteriores, en la universidad donde me licencié en Historia jamás estudiamos a Karl Marx ni directa ni indirectamente. Quizá fue al final de la carrera cuando comencé por mi cuenta con varias lecturas marxistas, que no de Marx. Recuerdo bien la ineludible Tesis sobre la filosofía de la historia de Walter Benjamin, en las ediciones de Contrahistorias, y quizá algo de Gramsci que debió de ser reducido. Después de recibirme, dos textos fueron decisivos, ambos apasionadamente escritos en el seno del país que lideraba la política económica mundial en la nueva era abierta por el derrumbe de la URSS: Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad del marxista humanista Marshall Berman, y Hacia la estación Finlandia. Ensayo sobre cómo se hace y se escribe la historia, del liberal Edmund Wilson. Unas líneas de este último me engancharon: el Manifiesto comunista “es denso y está cargado de fuerza. En cuarenta o cincuenta páginas sintetiza con tremendo vigor una teoría general de la historia, un análisis de la sociedad europea y un programa de acción revolucionaria”. Inmediatamente fui a leerlo. Quedé deslumbrado y empecé a coleccionar ediciones del Manifiesto. A partir de ahí empecé lecturas dispersas de la obras de Marx y conseguí libros que olían a marxismo, así como textos que sintetizan las ideas del filósofo para su mejor difusión y comprensión, como el Breve diccionario de sociología marxista de Roger Bartra. Sin saber me estaba inmiscuyendo en una larga tradición iniciada hace más de ciento cincuenta años en el centro de Europa y que ese tiempo se había expandido tremendamente por todos los rincones del planeta, provocando revueltas sociales e instaurando regímenes políticos inspirados en Marx.

Echando mano de las herramientas de la historia del libro y de la bibliografía, el autor rastrea los responsables de este fenómeno histórico, personajes en los que convergieron varias funciones que son importantes a considerar si queremos comprender una parte de la forma apasionante que tomó el marxismo en este lado del atlántico, una tierra pletórica de lectores y revoluciones marxistas, pero en la cual Marx no había pensado a profundidad cuando escribió su texto, y que por lo mismo resulta un caso digno de estudiar.

Por otra parte, sin estar consciente también me estaba adentrando en la compleja historia material que ha conllevado la expansión internacional de las ideas de Marx. De esto trata La biblia del proletariado, nuevo libro del marxiólogo Horacio Tarcus, en el que narra la llegada del principal libro de Marx, El capital, a Latinoamérica, para lo cual recapitula, en primer lugar, la aparición de las primeras ediciones en alemán y las iniciales traducciones al ruso (¡la primera de todas!) y al francés. Echando mano de las herramientas de la historia del libro y de la bibliografía, el autor rastrea los responsables de este fenómeno histórico, personajes en los que convergieron varias funciones que son importantes a considerar si queremos comprender una parte de la forma apasionante que tomó el marxismo en este lado del atlántico, una tierra pletórica de lectores y revoluciones marxistas, pero en la cual Marx no había pensado a profundidad cuando escribió su texto, y que por lo mismo resulta un caso digno de estudiar .

Efectivamente, la narración de Tarcus pondera personajes soslayados en la historia del marxismo (y diría que en casi de cualquier tipo de historia intelectual): lectores que a su vez fueron traductores o editores. Sin el trabajo de estos es imposible entender a cabalidad las vías por las que los textos de Marx llegaron a las manos de los lectores y el tipo de reacción que provocaron, tanto para neófitos como para avezados en el tema, fueran obreros o intelectuales. Por lo mismo, la historia relatada por Tarcus mantiene atento al lector, porque es un vaivén que va de la amistad al conflicto entre traductores y editores de El capital, aunque lo que predomina es la querella. Por ello, este libro se puede ver también como una historia de la crítica marxista en esa cara de la luna que poco se atiende: la edición de las obras de Marx.

Prácticamente cada nueva traducción de El capital al castellano procreó a sus detractores. Por ejemplo, la primera traducción fue la del federalista español Pablo Correa y Zafrilla, que apareció en 1887 en Madrid. Ésta sólo traducía las primeras tres secciones del primer volumen, además de que no fue una traducción directa del alemán, sino de una versión en francés “aligerada”, llevada a cabo por Josep Roy entre 1873 y 1875, con la supervisión del propio Marx. La traducción de Correa recibió apenas una alusión en El Socialista, periódico del Partido Socialista Obrero del Pueblo, el cual emprendió por su cuenta la traducción del resumen elaborado por el socialista francés Gabriel Deville. En ese proceso, Pablo Iglesias, líder del PSOE, señaló que la única traducción al castellano digna y cuidada de El capital era la del doctor Juan Bautista Justo. Este médico argentino se basó en la cuarta edición de 1890 (preparada por Friedrich Engels), y la publicó en 1899 en Madrid, y no en América, como se podría suponer.



A lado de la de Justo, son las traducciones del comunista español Wenceslao Roces y la del anarquista uruguayo Pedro Scaron, que aparecieron bajo los sellos del Fondo de Cultura Económica (1946-1947) y en la Editorial Siglo Veintiuno (1975-1981) respectivamente, las que Tarcus señala como las más importantes, esto con base en los criterios de cuidado de la edición y de accesibilidad, por contar con más reimpresiones. Cada una contiene méritos que son reconocidos y detalles que fueron exhibidos como descuidos o errores nada nimios. La historia de cada una de estas, así como de las demás, es realmente laberíntica, con obstáculos de todo tipo, no solamente los propios de la traducción, que en sí misma ya es un tema intrincado (por ejemplo, la historia de los términos Mehrarbeit o Mehrwert, que se han vertido al castellano de diversas formas y son esenciales en la teoría marxista). Además están las condiciones políticas y materiales que posibilitaron concretar esta gran faena y que son otra historia.

Así, en Argentina, la falta de traductores idóneos del alemán al español, condujo en un primer momento a la editorial Cartago a usar la traducción de Wenceslao Roces, aunque sin pedirle permiso a él o al FCE, situación que casi termina en un pleito legal. Por su parte, el enigmático anarquista Pedro Scaron, bajo el plan de Arnaldo Orfila Reynal de renovar el marxismo en la editorial Siglo Veintiuno, y con el impulso del erudito José Aricó -quien diseñó la colección de la Biblioteca del Pensamiento Socialista- se entregó a la tarea de confeccionar una edición de El capital que se podría calificar de “edición crítica” debido, de acuerdo con Tarcus, a que “demolió” las traducciones previas y señaló una problema difícil de sortear: elegir entre las diversas ediciones “originales”. La labor de Scaron empezó en 1975 y culminó en 1981, con la publicación del octavo volumen. Sin embargo, en ese lapso Scaron debió huir de Argentina debido al golpe militar de 1976 y proseguir en soledad su trabajo en Madrid o en la ciudad de México, por lo que la edición se convirtió en realidad en coedición entre las tres sedes de la editorial Siglo Veintiuno.

Por otra parte, todo esto conduce a preguntarse sobre la posibilidad de una infinita confusión sobre lo que “verdaderamente” escribió Marx y sobre los caminos por los cuáles sus ideas han pasado de lectores académicos (la teoría) a lectores que han llevado a cabo alguna revolución en busca de un cambio político (la doctrina).

La reseña de estos pasajes del libro de Tarcus permite exponer la problemática historiográfica que plantea el reconocimiento del trabajo que existe detrás de la expansión de la obra de Marx. Por una parte, han sido inevitables las numerosas alteraciones de sus textos, ya sea por omisión, falta de profesionalidad o simplemente porque toda traducción es una labor de distorsión del texto original, algo que se problematiza aún más en nuestro caso, porque, como ya se señaló, cuando escribía, Marx no pensaba exactamente en los lectores en lengua española, menos en los de Latinoamérica. Esta problemática se ahonda con los resúmenes populares de El capital editados a lo largo de las décadas (de un tiraje imposible de conocer por su amplitud), destinados a un lector menos preparado para la escuela que para la acción directa, y a los que Tarcus destina un apartado la final de su obra.

Por otra parte, todo esto conduce a preguntarse sobre la posibilidad de una infinita confusión sobre lo que “verdaderamente” escribió Marx y sobre los caminos por los cuáles sus ideas han pasado de lectores académicos (la teoría) a lectores que han llevado a cabo alguna revolución en busca de un cambio político (la doctrina). Aunque realmente lo que resulta más enigmático es el gran trabajo, empatía y odio que el pensamiento de Marx ha despertado, algo que ha animado a redireccionar la mirada del investigador hacia la historia de la ediciones y traducciones de sus textos que parecen estar dotados de un dispositivo lo suficientemente flexible como para permitir una actualización del mismo según la época y el lector, rasgo de toda obra clásica, pero que también conlleva ver esa otra problemática de la recepción que Tarcus no aborda: el lector, en este caso, los modos en que El capital fue leído, asimilado por lectores que no estuvieran inmiscuidos en las cuestiones editoriales y de traducción. Sin embargo, eso es un trabajo que ya ha emprendido el autor desde su magna obra Marx en Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos, 1871-1910 (Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2007). Por lo que podemos deducir que La biblia del proletariado (expresión de Paul Lafargue que data de 1868) es una extensión de ésta, donde se sintetizan datos e ideas que ya habían sido expuestas por el historiador.

En un mundo como el actual, que está experimentando un reloaded del marxismo frente a esa versión radical del capitalismo que es el neoliberalismo, y después de que hace más de treinta años se anunció la muerte de Marx, este librito, de apenas ciento veintisiete páginas, editado por Siglo Veintiuno Argentina, se antoja necesario por su erudición, que delinea una parte de la estela que ha dejado la pasión marxista en Latinoamérica. Algo que permite afirmar que habrá marxismo para rato, siempre cuando exista un lector ávido de leer para cambiar el mundo.


Adrián Gerardo Rodríguez Sánchez (Aguascalientes, 1986) Es licenciado en Historia por la Universidad Autónoma de Aguascalientes y maestro en Historia de México por la Universidad de Guadalajara. Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Juan Rulfo en el 2012. Actualmente coordina la página web de crítica literaria Portal de Letras y estudia el Doctorado en Historiografía en la Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Azcapotzalco. Forma parte del comité editorial de La Historia y sus gusanos.

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