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"DESDE EL VALLE DE LAS SOMBRAS". FRAGMENTOS EN LA CÁRCEL

Actualizado: 13 ago 2019

Mumia Abu Jamal

Mumia Abu Jamal. fotografía, INVESTIG´ACTION

Mumia Abu Jamal fue miembro activo de las Panteras Negras y periodista independiente. El 3 de julio de 1982 fue condenado, en un claro escenario de persecución política, a la pena capital por supuestamente haber matado a un policía en Filadelfia. Desde entonces, su voz se ha convertido en símbolo de la resistencia afroamericana y de la lucha contra el racismo en todo el mundo. Este fragmento es el prefacio de su libro Desde la galería de la muerte, una epístola de largo aliento que nos demuestra que las cárceles nunca doblan a los grandes de espíritu. Hoy en día, Abu Jamal sigue en prisión.



No me hables del valle de las sombras de la muerte. Yo vivo allí. En la zona central del sur de Pensilvania, condado de Huntingdon, se levanta una prisión de más de cien años, con una torre gótica que proyecta malos presagios evocando el siniestro espíritu de la Edad Obscura. Yo y otros setenta y ocho hombres pasamos veintidós horas en celdas de dos por tres metros. Las otras dos horas las pasamos al aire libre, en una especie de jaula de barrotes entrelazados, rodeada de alambre de espino, bajo la vigilancia de torres de control con armas apostadas.

Bienvenidos a la galería de la muerte de Pensilvania.

Estoy un poco sorprendido. Hace varios años el Tribunal Supremo de Pensilvania confirmó mi condena de muerte, con el voto a favor de cuatro magistrados. Tres no participaron en la votación. Como periodista negro, antiguo militante de los Black Panthers cuando era adolescente, a menudo he estudiado los numerosos casos de africanos linchados legalmente en los Estados unidos. Recuerdo una portada del periódico de los Black Panthers que citaba la frase “un hombre negro no tiene derechos que un blanco tenga que respetar”, atribuida al presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, Roger Taney, el del famoso caso Dred Scott, en el cual el más alto tribunal de los EEUU afirmó que ni los africanos ni sus descendientes “libres” tenían acceso a los derechos consagrados en la Constitución. ¿Fuerte, eh? Pues es cierto.

Quizás sea un ingenuo, quizás sólo sea un estúpido, pero creía que en mi caso se iba a aplicar la ley y se iba a revisar la sentencia. De verdad.

A pesar de la brutal masacre perpetrada en Filadelfia contra miembros del MOVE el 13 de mayo de 1985, que se llevó por delante a Ramona Africa, Eleanor Bumpurs, Michael Stewart, Clement Lloyd, Allan Blanchard y tantos otros, y de los innumerables asesinatos de negros cometidos por la policía con total impunidad desde Nueva York hasta Miami, mi fe permaneció incólume. A pesar de esa incesante ola de terrorismo de Estado contra la población negra, creía que mis apelaciones tendrían éxito. Seguía creyendo en las leyes de Estados Unidos y el rechazo de mi apelación me supuso un verdadero shock. Podía entender racionalmente que los tribunales norteamericanos constituían reservas de los sentimientos más racistas y que históricamente habían sido hostiles a los acusados negros, pero también a mí me resultaba difícil tirar por la borda toda una vida de propaganda sobre la “justicia” estadounidense.

Para cerciorarme de la verdad, una verdad que se esconde en las túnicas negras y las promesas de igualdad de derechos, sólo necesito fijarme en la situación de mi país, donde en diciembre de 1994, el 40% de la población de las galerías de la muerte era negra, o en la situación de la propia Pensilvania, donde en diciembre de 1994, 111 de los 184 hombres que poblaban las galerías de la muerte eran negros, más de un 60%. Los negros constituyen poco más del 9% de la población de Pensilvania y poco menos del 11% de todo el país.

Como he dicho, es duro asimilar, pero quizá pudiéramos hacerlo juntos. ¿Cómo? Echemos una mirada a una frase que leí en un libro de leyes de 1982, firmada por un famoso abogado de Filadelfia llamado David Kairys: la ley no es más que la continuación de la política por otros medios. Esta línea de argumentación explica a la perfección cómo funcionan los tribunales, ya sea hoy o hace ciento treinta y ocho años en el caso Scott. No tiene nada que ver con la ley; tiene que ver con la política, pero por otros medios, ¿no es cierto?

Continúo luchando contra esta sentencia y condena injusta. Quizá podríamos desdeñar y librarnos de algunos peligrosos mitos arraigados en nuestras mentes como una segunda piel, como son el “derecho” a un jurado justo e imparcial de pares, el “derecho” a representarse uno mismo, incluso el “derecho” a un juicio justo. Ciertamente no son derechos, son privilegios de los ricos y poderosos. Para los pobres y los miserables son sólo quimeras que se desvanecen en cuanto uno intenta hacerlas realidad. No esperes que los medios de comunicación de hablen de ello. No pueden dadas las incestuosas relaciones que mantienen con el gobierno y las grandes empresas a las que sirven.

Yo que sí puedo.

Y lo haré aunque tenga que hacerlo desde el valle de las sombras de la muerte.


Desde la galería de la muerte, Mumia Abu-Jamal.

Diciembre de 1994



Un mes después de escribir Desde la galería de la muerte, Abu Jamal fue trasladado a una cárcel de máxima seguridad en el condado de Greene, Pensilvania.

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Fuente:

Abu-Jamal, Mumia, Desde la galería de la Muerte. Tafalla: Editorial Txalaparta, 1996, pp. 13-15.

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