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DIGNIDAD DESPUÉS DE LA TRAGEDIA: CRÓNICA FOTOGRÁFICA DEL RESCATE INDEPENDIENTE EN PASTA DE CONCHOS

Actualizado: 21 ago 2019

Nora Cristina Pacheco

Universidad de Guadalajara


Felipe de Jesús Sarabia Salmerón

Universidad Autónoma de Zacatecas


Color de sangre minera tiene el oro del patrón.

Atahualpa Yupanqui



Las mujeres de Pasta de Conchos. Fotografía, Nora Pacheco

La utilización de la imagen ha sido una herramienta fundamental para la documentación de las tragedias y conflictos mineros acontecidos a lo largo de la historia de México. Sin la participación, muchas veces anónima, de los artistas visuales en las últimas décadas, tanto en la producción de grabado como de fotografía, no se podría entender el registro de la experiencia vital de la lucha de los trabajadores, la representación visual de su vida cotidiana y, sobre todo, el seguimiento formal de sus procesos organizativos y de resistencia. Fue precisamente el día 19 de febrero del 2006 cuando sucedió en la región carbonífera de Coahuila uno de los peores accidentes laborales de nuestro país, en el cual murieron sesenta y cinco mineros a causa de las precarias condiciones de seguridad y mantenimiento en las que se encontraba la mina de carbón número ocho de Pasta de Conchos. Tal homicidio industrial es una deuda pendiente con los habitantes de la región y, principalmente, con los familiares de los fallecidos, ya que hasta la fecha la mayoría de los obreros continúan enterrados en el mismo lugar donde perecieron. En este sentido, el acervo de imágenes que nos muestra la fotógrafa y activista Nora Pacheco retrata el descenso que realizaron cuatro años después un grupo de familiares, principalmente mujeres, en el lugar del accidente. Acompañados por miembros del sindicato, junto con especialistas en seguridad industrial y militantes del Partido de los Comunistas, bajaron hasta 1500 metros para realizar una evaluación preliminar, y de esta forma, contemplar el rescate independiente de los cuerpos de sus seres queridos.

Cabe destacar que la fotografía como herramienta social, además de ser un arma contemporánea que toma sus mejores motivos de los sucesos del presente, que habla de la lucha política y trata de intensificarla mediante el registro de las terribles consecuencias que conlleva la economía capitalista, a su vez logra generar una documentación de los hechos que son de trascendencia y temporalidad histórica: cada fotógrafo verá en el devenir de las luchas sociales algo que le es propio y que es digno de recordarse. Justamente, Pasta de Conchos se hace memoria en estas imágenes no sólo por encarnar el peor ejemplo de negligencia laboral cometido por German Larrea Mota Velasco, segundo hombre más rico del país y dueño de la empresa Grupo México, principal responsable de este y otros crímenes industriales en nuestro territorio, sino por la formidable resistencia de las mujeres de Pasta de Conchos, quienes al enfrentarse contra esta poderosa empresa, iniciaron una movilización política que no se detendrá hasta lograr ver cumplida su justa demanda: recuperar los cuerpos de sus maridos, hijos y hermanos.

En primer lugar, hay que subrayar que todas las luchas sociales y movimientos obreros suscitados en la región carbonífera tienen su referente histórico más importante en la Caravana de la Dignidad, un suceso sin precedentes que inició el 20 de Enero de 1951, cuando más de mil mineros en huelga, con todo y sus familias, partieron caminando desde Nueva Rosita y Cloete, Coahuila, con la intención de llegar a la ciudad de México para exponer ante el presidente Miguel Alemán un pliego petitorio que demandaba el reconocimiento del Comité Ejecutivo Independiente, la devolución de la clínica, la cooperativa y el local sindical arrebatados por la empresa, y el pago de los salarios caídos y gastos generados por el conflicto. Con sus zapatos y pies deshechos, pero con la dignidad muy en alto, el nueve de marzo los huelguistas arribaron al Hemiciclo a Juárez, donde presentaron sus demandas. Sin embargo, después de ser confinados en un estadio deportivo, fueron golpeados brutalmente por los militares y posteriormente devueltos a Coahuila en vagones de carga como si fueran ganado, o peor que eso.

En aquel entonces, el Taller de Gráfica Popular, haciendo un acompañamiento político de dicha marcha, reprodujo masivamente un conjunto de grabados con el objetivo de difundir el pliego petitorio y hacer conocer las circunstancias sociales en las que se forjó esta poderosa huelga. Incluso muchos de los grabados que se realizaron, además de ser repartidos entre la población, también fueron utilizados como estandarte por los propios mineros. Asimismo, gracias a la contribución de fotógrafos como Marco Antonio Gamboa, Luis García Moreno e Ismael Casasola, se pudieron documentar ampliamente las condiciones en que viajó la caravana, la gran magnitud de la manifestación y la fundamental participación de las mujeres de los obreros. La Caravana de la Dignidad llegó a marcar significativamente la experiencia combativa de la región carbonífera y sentó un precedente en la historia de México. Recordemos que en esta región se encuentra una de las vetas de carbón más grande del mundo, que irónicamente da lugar a uno de los trabajos más peligrosos y peor pagados: las explosiones de gas metano, los derrumbes, inundaciones y otros riesgos para la salud, son los motivos que han ocasionado que cada año muera más de un obrero, ya en las minas subterráneas, ya en las de tajo abierto o en “los pocitos”.


Interior de la mina. Fotografía, Nora Pacheco

Bajo este contexto, a las dos de la madrugada del 19 de febrero de 2006 sucedió la tragedia: una explosión en la mina de Pasta de Conchos, localizada cerca del poblado de San Juan Sabinas. De los 73 trabajadores que se encontraban laborando en el correspondiente turno, únicamente sobrevivieron ocho, con serios daños físicos. Los otros 65 mineros, a pesar de la posibilidad de que podrían haber seguido vivos, fueron abandonados en las profundidades de la tierra. Solamente cuatro meses después, se rescataron los cuerpos de dos de los fallecidos. Las consecutivas versiones oficiales sobre la imposibilidad de su rescate sumaron una cadena de pretextos llenos de una hipocresía gigantesca. En un inicio, la empresa manejó la versión de que hubo una gran explosión a causa del gas metano produciendo el colapso de la mina a ciento cincuenta metros bajo tierra y desintegrando a más de seiscientos grados centígrados el cuerpo de los ahí atrapados. Por lo tanto, según Grupo México, no había nada que encontrar, y por ello se suspendieron desde el tercer día las labores de rescate. Con una total ausencia de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social del gobierno de Vicente Fox, la empresa decidió sellar la mina colocando tapones con espuma de poliuretano con el pretexto de las altas concentraciones de gas, tapando inclusive los barrenos que permitían la corriente de aire en el interior. Para el 27 de marzo de 2007, Grupo México elaboró un peritaje junto con “el experto” en seguridad laboral, D.G. Wooton, firmado en complicidad con la Secretaría de Trabajo, donde se argumentó que la búsqueda de los cuerpos no se puede concluir por motivo de que los trabajadores de rescate y la comunidad entera estarían expuestos a infecciones crónicas, incluyendo hepatitis, VIH, patógenos entéricos y tuberculosis.



Interior de la mina. Fotografía, Nora Pacheco

Cabe destacar que en un inicio, al suceder el incidente, se fueron incorporando voluntariamente a las cuadrillas de rescate mineros que estaban ubicados en las inmediaciones, a pesar de que la empresa nunca les proporcionó planos, sensores de gas o equipo de monitoreo sísmico para realizar dichas tareas de búsqueda. También a esta negligencia hay que agregar que los representantes de la empresa nunca dieron aviso a los familiares, de hecho, éstos se fueron enterando consecutivamente a la mañana siguiente por información de los propios vecinos. La ignominia con la que se condujo siempre Grupo México con los familiares y la población en general, terminó por crear una crisis social que estalló en los ánimos de la comunidad, a tal punto que tuvo que intervenir el ejército y la policía federal para controlar la multitud que se estaba concentrando a las afueras de la mina. Fueron las familias, y con mayor participación las viudas, madres y hermanas de los ahí atrapados, quienes decidieron hacer guardia e instalar un campamento permanente, campamento que sigue montado hasta hoy en día. En el centro de tal manifestación existe un motivo fundamental todavía presente, que es dar digna sepultura a los mineros en un lugar sagrado. A los familiares les duele muy hondo la idea de que sus seres queridos pudieron haber sido rescatados con vida, y aún más insoportable para ellos es saber que los dejaron morir de la forma más infame, como si se tratara de animales, sin ninguna despedida o ceremonia digna. Esta circunstancia se torna más desconcertarte todavía, pues en otras ocasiones, como la de Barroterán, otro siniestro que sucedió en la región y en el que fallecieron más de cien mineros, sí se entregaron los cuerpos, y por lo menos el proceso de luto se pudo llevar a cabo.

Dos años después de la tragedia, Nora Pacheco es convocada como fotógrafa para formar parte de un equipo independiente que bajó el 28 de septiembre de 2008 a incursionar en el interior de la mina para constatar, por medio de evidencia fotográfica, la posibilidad del rescate. Esta comisión se integró por las viudas de los mineros, Tomasita Martínez, Claudia Escobar, Rosa María Mejía, por dos integrantes del Partido de los Comunistas, Fernando Acosta Esquivel y Julio Barrientos, y también por miembros de la sección 64 del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros Metalúrgicos Siderúrgicos y Similares de la República Mexicana (SNTMMSRM). Esta serie fotográfica desde un inicio fue pensada como parte de un conjunto de evidencias que podrían testificar el contexto del crimen industrial. Por tal motivo, su elaboración no fue aleatoria o inconsciente, sino intencionada y programada, tanto en la selección de su contenido como en su expresión formal. Aquí no sólo se trató de lo que se quiere decir, sino de cómo decirlo con la mayor integridad y comprensibilidad posible, ejercicio que dependió bastante de la técnica, por ejemplo, del color de las imágenes: al no poder usarse el flash, ya que el riesgo de generar una chispa que pudiera provocar una explosión debido al gas metano, sumando a esta variable la luz amarilla de los cascos de minero utilizados al descender, las imágenes se realizaron con un carácter infográfico, es decir, contuvieron información sustancial para el objetivo del rescate, por lo que se consideran fotografías denotativas.



Antes de bajar a la mina. Fotografía, Nora Pacheco


Fotografía, Nora Pacheco


Al llegar abajo, se constató, en primer lugar, que no hubo una explosión que desintegrara los cuerpos a más de seiscientos grados, ya que se pudieron observar objetos como botellas de plástico in situ sin marcas de fuego. Tampoco es plausible la versión de que dentro de la mina existan altas concentraciones de gas, que no hubieran permitido las labores de intervención, pues el metanómetro confirmó que no había condiciones que realmente pusieran en riesgo la vida de los rescatistas. Otra cuestión que se examinó fue la evidencia de una caja eléctrica desatrancada, cuya tapa se encontraba a unos metros de distancia y doblada, por lo que se puede plantear como una hipótesis digna de verificarse, que lo que sucedió en la mina fue una explosión eléctrica, generando así una onda expansiva que habría provocado el derrumbe.



Motor de bomba. Fotografía, Nora Pacheco

Metamómetro. Fotografía, Nora Pacheco


Toda la información recabada dio paso a que se decidiera emprender el rescate independiente el 20 de noviembre del mismo año, bajo la dirección del ingeniero mecánico, Fernando Acosta Esquivel, secretario General del Partido de los Comunistas. En primera instancia, se convocó a personal capacitado: ochenta mineros, un equipo de eléctricos y de mecánicos, especialistas en seguridad laboral y un grupo de voluntarios encargados de labores tales como el transporte de dicho personal. Del mismo modo, se inició la campaña coordinada por los familiares y el Partido de los Comunistas a nivel nacional, la cual se llamó “Un peso por el rescate”, y cuyo objetivo era financiar las labores. Todo esto dio lugar a un esfuerzo organizativo que involucró también a una amplia base de jóvenes militantes de la Otra Campaña, así como a miembros del mismo Sindicato Minero. Conforme el trabajo avanzaba, se pudo restaurar la luz eléctrica de la mina, se echó andar el ventilador que evitaba la acumulación de gas metano, reparar vigas que incluso estaban en mal estado mucho antes de la explosión y bombear millones de litros de agua. El equipo de trabajadores logró acercarse a quince metros de donde había ocurrido la explosión, es decir, se estuvo a punto de concretizar el rescate; sin embargo, el proceso quedó suspendido por la incursión represiva de la PGR en el mes de junio del 2010. Aun así, el campamento de los familiares seguirá estando en pie de lucha.



Tapa de una de las cajas del centro de control. Fotografía, Nora Pacheco

Fotografía, Nora Pacheco

Más allá de que las familias no hayan logrado concretizar el rescate independiente de Pasta de Conchos, no porque fuera imposible hacerlo, sino debido a la intervención policíaca del Gobierno Federal y Estatal, es muy importante considerar su experiencia organizativa, su compromiso con la resistencia social y su capacidad de movilización como parte de la historia contemporánea de México y, por extensión, de América Latina. Precisamente, ellas dieron cuenta de que la lucha de clases puede ser llevada más allá del ámbito sindical y de la esfera de las organizaciones obreras. La respuesta que aportaron en conjunto con el Partido de los Comunistas, influirá en un futuro en el respeto integral de los derechos fundamentales de los trabajadores mineros y en el horizonte de las luchas populares que enfrentan día con día los proyectos extractivistas, impulsados por magnates como German Larrea. Ciertamente, aquí es donde radica la gran importancia de las fotografías expuestas por Nora Pacheco. El trabajo de sus imágenes no se limitó al mero reportaje y a la documentación formal; de igual forma, buscó una encarnación expresiva de la experiencia organizativa. Con claridad se refleja el liderazgo de las mujeres y se insinúa el camino tortuoso que tomaron. Sus rostros, que muy bien pudieran contener todas las historias de resistencia de nuestras abuelas, de nuestras madres y de nuestras vecinas, son de mujeres que, a pesar del silencio impuesto desde el Estado y bajo la mirada moral cada vez más hostil que quería arrojarlas al olvido de sus trabajos o de sus hogares, resurgieron con una resistencia memorable, una de las más dignas de nuestro México. De ahora en adelante no se podrán entender las luchas mineras de la región carbonífera sin este capítulo que siguen escribiendo a base de fe y fuerza de voluntad.

Finalmente, nos parece que vincularse a la fotografía por medios críticos pero a su vez afectivos es la más definitiva de las tareas en las que los artistas visuales deben llegar a esforzarse. Su verdadero arte no consiste en la manifestación de una subjetividad que se repliega en el almacén de las cosas bellas o estéticas, sino en una búsqueda que aspira a la transformación de lo real y al acompañamiento sincero del clamor, en este caso, al de las mujeres de Pasta de Conchos. Como vemos, elegir esta profesión como forma de activismo conlleva compromisos más allá de encontrar la imagen espectacular o de “nota roja”. Lo más importante debe ser generar fotografías como fuentes históricas y, sin lugar a dudas, comprometerse emocional y políticamente a ellas: hacer y fundirse con la historia que se retrata. La imagen es, por mucho, más efectiva que la palabra escrita y puede ser utilizada como una herramienta clave en las manos de la lucha de clases y de la resistencia popular. Hablando desde una posición marxista, la fotografía no sólo debe representar la realidad, sino transformarla.



Fotografía, Nora Pacheco

Campaña "Un peso por el rescate".Fotografía, Nora Pacheco

Fotografía, Nora Pacheco

Fotografía, Nora Pacheco

Fotografía, Nora Pacheco

Fotografía, Nora Pacheco

Cuadrilla de rescate. Fotografía, Nora Pacheco

Cuadrilla de rescate. Fotografía, Nora Pacheco

Tapón de espuma de poliuretano en la diagonal 17. Fotografía, Nora Pacheco

Fotografía, Nora Pacheco

Campamento de los familiares de Pasta de Conchos vigilado por la Policía Estatal. Fotografía, Nora Pacheco

Fotografía, Nora Pacheco

Marcha de conmemoración, 2019. Fotografía, Nora Pacheco


Nora Cristina Pacheco estudió la Licenciatura en Artes Visuales con orientación en fotografía. Actualmente es pasante en la Licenciatura en Historia, en la Universidad de Guadalajara, y su más grande interés es el desarrollo teórico y metodológico para la investigación social y audiovisual.


Felipe de Jesús Sarabia Salmerón forma parte del comité editorial La Historia y sus gusanos.

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