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GRAMSCI Y SUS OBSERVACIONES SOBRE EL FOLKLORE

Actualizado: 3 jun 2018


En cada número de La Historia y sus gusanos, estaremos publicando un fragmento de algún texto teórico fundamental para los estudios históricos. Iniciamos con este fragmento de Gramsci, en cual se pone de relieve la necesidad de una interpretación del folklore que rebase las versiones oficiales, interesadas solamente en “lo pintoresco”, para dar cuenta de la riqueza, la multiplicidad y también las contradicciones que subyacen en las expresiones populares de los pueblos.




Antonio Gramsci


Giovanni Crocioni (en el volumen Problemi fondamentali del folclore (Bolonia, Zanichelli, 1928) critica por confusa e imprecisa la clasificación del material folklórico propuesta por Pitré en 1897 en su nota previa a la BibliografIa delle tradizioni popolari, y propone otra en cuatro secciones: arte, literatura, ciencia, moral del pueblo. Pero también esta división ha sido criticada por imprecisa, mal definida y demasiado laxa. Raffaele Ciampi se pregunta en la Fiera Letteraria del 30 de diciembre de 1928: "¿Es científica? ¿Cómo se sitúan en ella, por ejemplo, las supersticiones? ¿Y qué quiere decir moral del pueblo? ¿Cómo estudiarla científicamente? ¿Y por qué no hablar entonces de religión del pueblo?".

Habría que estudiar el folklore, en cambio, como "concepción del mundo y de la vida", implícita en gran medida, de determinados estratos (determinados en el tiempo y en el espacio) de la sociedad, en contraposición (también ella por lo general implícita, mecánica, objetiva) con las concepciones del mundo "oficiales" (o, en sentido más amplio, de las partes cultas de las sociedades históricamente determinadas) que se han sucedido en el desarrollo histórico.

Se puede decir que hasta ahora el folklore se ha estudiado sobre todo como elemento "pintoresco" (en realidad, hasta ahora no se ha recogido más que material de erudición, y la ciencia del folklore ha consistido principalmente en estudios de método para la recolección, la selección y la clasificación de ese material, o sea, en el estudio de las cautelas prácticas y de los principios empíricos necesarios para desarrollar provechosamente un aspecto particular de la erudición; cosa que no ha de ser desconocimiento de la importancia y de la significación histórica de algunos grandes estudiosos del folklore).

Habría que estudiar el folklore, en cambio, como "concepción del mundo y de la vida", implícita en gran medida, de determinados estratos (determinados en el tiempo y en el espacio) de la sociedad, en contraposición (también ella por lo general implícita, mecánica, objetiva) con las concepciones del mundo "oficiales" (o, en sentido más amplio, de las partes cultas de las sociedades históricamente determinadas) que se han sucedido en el desarrollo histórico. De aquí la estrecha relación entre el folklore y el sentido común, que es el folklore filosófico. Concepción del mundo no sólo no elaborada y asistemática porque el pueblo (o sea, el conjunto de las clases subalternas e instrumentales de toda forma de sociedad que ha existido hasta ahora) no puede, por definición, tener concepciones elaboradas, sistemática y políticamente organizadas y centralizadas en su desarrollo acaso contradictorio; sino incluso múltiple: múltiple no sólo en el sentido de varia y contrapuesta, sino también en el sentido de estratificada desde lo más grosero hasta lo menos grosero, por no decir ya que se trata de una aglomeración indigesta de fragmentos de todas las concepciones del mundo y de la vida que se han sucedido en la historia, de la mayor parte de las cuales no se encuentran documentos -mutilados y contaminados- más que en el folklore.

También la ciencia y el pensamiento modernos dan continuamente nuevos elementos al "folklore moderno", porque ciertas nociones científicas y ciertas opiniones, una vez aisladas de su contexto y más o menos desfiguradas, caen constantemente en el dominio popular y se "insertan" en el mosaico de la tradición (la Scoperta dell'America , de C. Pascarella, muestra lo curiosamente que se asimilan las nociones sobre Cristóbal Colón y sobre toda una serie de opiniones científicas difundidas por los manuales escolares y por las universidades populares). No se puede entender el folklore más que como reflejo de las condiciones de vida cultural del pueblo, aunque algunas concepciones propias del folklore se prolonguen incluso después de que las condiciones han sido (o parecen) cambiadas, dando acaso lugar a combinaciones extravagantes.

No hay duda de que existe una "religión del pueblo", especialmente en los países católicos y ortodoxos, muy distinta de la de los intelectuales (religiosos), y sobre todo muy distinta de la orgánicamente sistematizada por la jerarquía eclesiástica, aunque se puede sostener que todas las religiones, incluso las más refinadas, son "folklore" en relación con el pensamiento moderno; pero con la capital diferencia de que las religiones, y la católica en primer lugar, son precisamente "elaboradas y sistematizadas" por los intelectuales y por la jerarquía eclesiástica y presentan, por tanto, especiales problemas (hay que estudiar si esa elaboración sistemática es necesaria para mantener el folklore en situación de multiplicidad dispersa: las condiciones de la Iglesia antes y después de la Reforma y del Concilio de Trento y el diverso desarrollo histórico-cultural de los países reformados y de los ortodoxos después de la Reforma y de Trento son elementos muy significativos).

También en esta esfera hay que distinguir diversos estratos: los fosilizados, que reflejan condiciones de vida pasada y, por tanto, son conservadores y reaccionarios, y otros que son una serie de innovaciones, a menudo creadoras y progresivas, determinadas espontáneamente por formas y condiciones de vida en proceso de desarrollo, y que se encuentran en contradicción o meramente en discrepancia con la moral de los estratos dirigentes.

Así también es verdad que existe una "moral del pueblo", entendida como conjunto determinado (en el tiempo y en el espacio) de máximas de conducta práctica y de costumbres que se derivan de ellas o las han precedido, moral íntimamente relacionada, como la superstición, con las creencias religiosas reales: existen imperativos que son mucho más fuertes, tenaces y eficaces que los de la "moral" oficial. También en esta esfera hay que distinguir diversos estratos: los fosilizados, que reflejan condiciones de vida pasada y, por tanto, son conservadores y reaccionarios, y otros que son una serie de innovaciones, a menudo creadoras y progresivas, determinadas espontáneamente por formas y condiciones de vida en proceso de desarrollo, y que se encuentran en contradicción o meramente en discrepancia con la moral de los estratos dirigentes.

Ciampini considera real la necesidad sostenida por Crocioni de que se enseñe el folklore en las escuelas en las que se preparan los futuros maestros, pero luego niega que se pueda plantear la cuestión de la utilidad del folklore (hay indudablemente una confusión entre "ciencia del folklore", "conocimiento del folklore" y "folklore", o sea, "existencia del folklore"; parece que Ciampini quiere decir aquí "existencia del folklore", de modo que el maestro no tendría que combatir la concepción ptolemaica propia del folklore). Para Ciampini el folklore es fin de sí mismo o no tiene más utilidad que la de ofrecer a un pueblo los elementos de un conocimiento más profundo de sí mismo (aquí folklore tendría que significar "conocimiento y ciencia del folklore"). Estudiar las supersticiones para desarraigarlas sería para Ciampini como si el folklore se suicidara, mientras que la ciencia no es más que conocimiento desinteresado, fin de sí misma. Pero entonces, ¿para qué enseñar el folklore en las escuelas que preparan a los maestros? ¿Para aumentar la cultura desinteresada de los maestros? ¿Para mostrarles lo que no deben destruir? Como se ve, las ideas de Ciampini son muy confusas, y hasta íntimamente incoherentes, porque, en otro lugar, el mismo Ciampini reconocerá que el Estado no es agnóstico, sino que tiene una concepción de la vida y está obligado a difundirla, educando las masas nacionales. Pero esta actividad formativa del Estado, que se expresa, además de en la actividad política, especialmente en la escuela, no se desarrolla sobre una nada ni parte de la nada: en realidad, se encuentra en concurrencia y en contradicción con otras concepciones explícitas e implícitas, y entre ellas, y no de las menores ni menos tenaces, se encuentra el folklore, el cual, por tanto, tiene que ser "superado". Conocer el "folklore" significa, pues, para el maestro conocer qué otras concepciones del mundo y de la vida intervienen de hecho en la formación intelectual y moral de las generaciones más jóvenes, para extirparlas y sustituirlas por concepciones consideradas superiores. Desde las escuelas elementales hasta... las cátedras de agricultura, el folklore se encontraba en realidad ya sistemáticamente atacado: la enseñanza del folklore para los maestros tendría que reforzar aún más ese trabajo sistemático.

El folklore no debe concebirse como una extravagancia, una rareza o un elemento pintoresco, sino como una cosa muy seria y que hay que tomarse en serio.

Es verdad que para alcanzar el fin habría que cambiar el espíritu de las investigaciones folklorísticas, además de profundizarlas y ampliarlas. El folklore no debe concebirse como una extravagancia, una rareza o un elemento pintoresco, sino como una cosa muy seria y que hay que tomarse en serio. Sólo así será la enseñanza más eficaz y determinará el nacimiento de una nueva cultura en las grandes masas populares, o sea, sólo así desaparecerá la separación entre la cultura moderna y la cultura popular, el folklore. Una actividad de esta clase, realizada en profundidad, correspondería en el plano intelectual a lo que ha sido la Reforma en los países protestantes.


Fuente:

Gramsci, Antonio, Antología. Selección traducción y notas de Manuel Sacristán. México, Siglo XXI editores, 2007, pp. 488-491.

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